JUICIO AL GENERAL PEDRO SANTANA.
Para muchos el general Pedro Santana y Familia fue
la primera espada de la independencia de la República
Dominicana. Aunque no estamos de acuerdo con esa aseveración,
reconocemos que su participación en los acontecimientos que
sucedieron a la gesta del 27 del febrero de 1844, fue determinante.
En
el día de hoy someteremos a este personaje al escrutinio de la
historia, por lo trataremos de sacar balance, entre la
suma de sus aciertos y la de sus errores. Por lo
que vamos a demostrar al lector que a pesar de su
grandeza, el polémico personaje que nos ocupa hoy, ha
sido el ser más inicuo, que haya transitado jamás, por
los anales de nuestra historia.
Iniciaremos
nuestro trabajo, que sus acciones fueron guiadas por la
ambición, para demostrarlo usaremos sus propias palabras.
Aquellas que pronunciara como respuesta a la petición
de los conjurados de la Gesta del Conde, para que
formase parte de ella. A tal requerimiento contestó con
voz firme "Yo entró pero yo mando".
Si
analizamos esta respuesta, llegaremos a la conclusión,
que sus acciones solo estuvieron revestidas por el interés personal
y que la palabra patria no tenía significado alguno para él.
Pues jamás confió en el potencial de nuestra gente. Sus
ideas deshonestas, le llevaron a odiar a los creadores
de nuestra nacionalidad. Lo demostró así, cuando los desterró
a perpetuidad de la Nación que con tanto amor crearon
para todos nosotros.
El
delito de nuestros más grandes próceres consistió, en defender
la soberanía de nuestra entonces naciente Nación, en contra de los
propósitos anexionistas de la Junta Central Gubernativa. Este
organismo estaba encabezado por Tomas Bobadilla y Briones, uno de
incondicionales del acusado, poseedor del indeseable galardón,
de ser uno de los hombres más funestos de nuestra historia.
Luego de deportar a los padres de la Patria, usó su ejército de
ateros, para someter a aquellos que se oponían a sus obscuras
intenciones. Por medio a la intimidación del Congreso, hizo
votar el artículo 210 de la Constitución de 1844, que le otorgaba
poderes dictatoriales y le permitía perseguir a sus detractores.
Si
su falta de escrúpulos fue enorme, mayor fue su crueldad, la cual
parecía carecer de límites, pues nunca mostró compasión con
ninguna de sus victimas. Esta le llevo a profanar
nuestra primera fiesta de independencia, la cual fue
escogida deliberadamente, para fusilar a una de nuestras más grandes
heroínas.
La
mujer que rellenó los cartuchos que hicieron posible nuestra
independencia, aquella mujer que debido a su tenacidad, hoy
puede hondear con dignidad en cada uno de los confines de
nuestra geografía nacional, la enseña tricolor que representa la
dignidad del pueblo dominicano.
Nos
referimos a María Trinidad Sánchez, que a pesar de ser tía de
Francisco del Rosario Sánchez, cayó abatida por las homicidas balas
gubernamentales, el 27 de febrero de 1845. Junto a esta
mujer de valor espartano cayeron también, los patriotas
Andrés Sánchez, quien era hermano de Francisco del
Rosario Sánchez y José del Carmen Figueroa.
Otra
de las distinguidas figuras que sucumbieron ante la ira
del dictador del Prado, lo fue el general José Joaquín Puello,
de quien se comentaba en esos días sería el sucesor del
general Santana en el Gobierno. Estos comentarios
crearon pánico en el corazón del sátrapa, quien junto a varios de
sus adláteres, creo una supuesta conspiración negrófila, que
dirigida por el general Puello y su hermano Gabino,
daría al traste con su Gobierno.
“José
Gabriel García, el más prolífico de nuestros historiadores,”-
al cual tratan de desvirtuar los áulicos del tirano – nos
confirma, que era de conocimiento popular en la época, que la
supuesta trama a la que sé había vinculado al héroe de
la batalla de la Estrelleta jamás existió y que por tanto
no pudo ser demostrada en el simulacro de juicio, donde fue
condenado.
Esta
acusación como hemos dicho, no fue más que un vil ardid del
general Santana, para hacer desaparecer del escenario político de la
época, a un verdadero nacionalista, al cual por su valor le temía
y que de continuar vivo, se convertiría en un escollo, para los
impuros pensamientos que ya en esos días tomaban forma, en su
retorcida mentalidad. Pues en una ocasión el patriota, sé
había opuesto a los propósitos anexionistas de uno de sus
incondicionales, nos referimos al tristemente recordado Tomas
Bobadilla.
Para
ilustrar más al lector sobre la crueldad del general
Pedro Santana, citaremos también los casos de Gabino Richiez,
Aniceto Freites, Bonifacio Paredes y José Ruiz.
Gabino
Richiez luego de ser condenado a la pena capital, fue
trasladado del poblado de Barahona al de Azua, con la única
finalidad de que su familia presenciase su fusilamiento.
Aniceto
Freites, fue victima de la venganza de este hombre sin entrañas, que
le acusó con argumentos banales, con la finalidad de condenarlo a
muerte, por haber declarado ante el tribunado que la
banca rota del país era inevitable. Debido a que en el momento
de enfrentar la pena se encontraba muy enfermo, fue conducido
al patíbulo sentado en una silla de ruedas.
Bonifacio
Paredes, fue condenado a muerte por un decreto, su
delito, el haberse robado un racimo de plátanos, el cual
posiblemente usaría, para mitigar el hambre de cada uno de los
miembros de su familia.
Mientras
José Ruiz padre de nueve hijos, fue condenado por una simple
sospecha y conducido ante los muros del cementerio
para ser fusilado. Ya en el campo santo se le hizo
desfilar con un crucifijo en las manos, ante la
muchedumbre aterrorizada. Luego de horas de tortura, se
apersonó al lugar el acusado, quien declaró la conmutación de
la pena.
Pero
si estos crímenes fueron abominables, mayor lo fue el fusilamiento
del general Antonio Duvergé y de su hijo Alcides, los cuales
fueron condenados a la pena capital, sin habérseles permitido tener
el derecho a un juicio imparcial y justo.
Por
celos cebo el general Santana su odio contra el general
Duvergé con tanta saña, quien fue el verdadero
genio militar y primera espada de nuestra independencia, pues
su nombre está marcado con letras de fuego en los Muros de
Cachimán, en las Barrancas del Memiso, en las Peñas de el Numero, en
las llanuras de Azua, en las de las Matas de Farfán, en las de
Bánica, en las de Font Verrete, en las del Barro, en las del Puerto,
en las de Hincha y en las de las Caobas.
Mientras la gloria del general Santana se limita a compartir con
él la victoria de azua, donde fue Duvergé quien verdaderamente
condujo a nuestro ejercito a la victoria, al escoger el lugar donde
celebrarían la batalla.
La
única batalla ganada por el personaje que nos ocupa hoy, lo
fue la de las carreras y esta careció de
importancia militar, pues en realidad fueron tres escaramuzas, a las
que se les dio estatura épica, para así crear el mito que le ha
acompañado hasta nuestros días.
El supuesto genio militar del general Santana, no fue más
que una invención de Buenaventura Báez, autor del titulo que
se le otorgó como Libertador de la Patria. En esa ocasión,
Báez necesitaba de su apoyo, para alternarse con él en el
poder. Pero luego de rota la alianza, aceptó ante
el congreso, que se había excedido en recompensarlo con tan
grande distinción.
Por
opacar la gloria del Dictador del Prado, tuvo el general
Duvergé, que ver caer el cuerpo de su hijo atravesado
por la metralla, sobre el polvoriento suelo del poblado del
Seybo, para luego caer a su vez también fusilado.
Pero
no satisfecho con sus acciones, tan pronto el cuerpo del Héroe de
Cachimán se encontraba inmóvil, el acusado que se había
apersonado a ver la macabra escena, bajó de su caballo e
irreverentemente pateó su cadáver ensangrentado,
pues trataba de llevar el odio que sentía por su
victima, más allá de las fronteras de la muerte. Esta
acción nos recuerda la llevada acabo por su padre
Ramón Santana, sobre el cuerpo exánime del general Ferrant, al
cual le cerceno la cabeza, para exhibirla como trofeo al
termino término de la batalla de Palo Hincado. .
Pero
de todos los crímenes cometidos por el general Santana, el mayor de
todos lo fue: el haber anexado a España nuestra Patria. La
Patria que un día juró defender de todo aquel que pretendiera
mancillar su territorio.
Para
justificar su gran delito, engaño a la población,
diciendo que la Nación no podría sobrevivir a los
ataques del Ejercito Haitiano, cuando en realidad la
guerra había terminado, con la derrota de Faustino Soulouque, en la
batalla de Sabana Larga.
La historia ha demostrado que el Hatero del Seybo estaba
equivocado, pues en este año celebramos los dominicanos el 156
aniversario de nuestra independencia.
La
posición entreguista del Déspota del Prado, tenía como único
propósito el satisfacer su megalomanía con títulos y
distinciones, que a cambio de la soberanía de nuestro estado,
le otorgaría la Corona de España.
Entre
estos títulos se encontraban el de
Gobernador Civil,
Capitán General de la colonia, Senador del Reino, Teniente General
de Los Reales Ejércitos y Marqués de las Carreras.
Para llevar a cabo sus deleznables propósitos, doblegó con su
ejército todo conato de resistencia. El primero en caer
lo fue José Contreras, que asaltó la guarnición de la
Vega, para mostrar su inconformidad con la acción, siendo luego
apresado y fusilado con otros 24 patriotas.
Durante este oscuro periodo de nuestra historia, fueron
incontables los ciudadanos que sucumbieron al despotismo
del Senador del Reino. Siendo la victima de mayor
estatura histórica, el general Francisco del Rosario
Sánchez.
Este
hombre excepcional fue el personaje principal de
la Gesta Gloriosa del Conde. Penetró al país desde
Haití, para combatir la afrenta de la anexión. Fue
herido y hecho prisionero en una emboscada que se llevo a cabo
en la loma de Juan Cruz.
Tras
un simulacro de juicio, fue ejecutado en el Cercado, el 4 de julio
de 1861, junto a 20 compañeros.
Sus ultimas palabras fueron: "Decid a los dominicanos que
muero con la patria y por la patria".
La muerte del
grupo fue horrorosa, pues unos fueron ultimados a tiros, otros
a palos y otros a machetazos. La crueldad de la
ejecución fue tal, que el representante de la Corona Española,
Don Antonio Luzón, “protestó”, retirándose del lugar,
para no avalar con su presencia, este horrendo crimen.
El
empecinamiento del general Santana en mantener la macula de la
anexión, le impidió rectificar sus errores, a diferencia de lo
acontecido al generalísimo Máximo Gómez, quien luego de luchar a
favor de la opresión y el colonialismo en su país de origen,
desenfundo su gloriosa espada en Cuba, para luchar por su
independencia. Convirtiéndose en el primero de sus
guerreros, así como motivo de orgullo para todos sus
connacionales, pues hoy la figura de un dominicano, se encuentra
entre los más grandes libertadores del Continente Americano.
Con
este sucinto relato de las nefastas acciones del general Pedro
Santana, hemos cumplido con la tarea de demostrar ante el
lector, que las acciones negativas cometidas por este Cesar, en
contra de nuestra sociedad, superan con creces a las
positivas. Pues cada uno de sus actos fue
movido por el motor de sus primitivas pasiones, las cuales
le llevaron a cometer excesos monstruosos, que lo sitúan como
el personaje de más triste recordación de nuestra historia.
Los
personajes como el Maques de las Carreras, siempre
vivirán en la oscuridad, sin poder darle la cara al sol de la
historia, pues luego de haber ascendido a la sima, donde solo
alcanzan a llegar los grandes héroes de la Patria, cambian
su ilustre habitáculo, para descender a los avernos más
oscuros, donde suelen arrastrarse los traidores.
Pero
aún el más pérfido de los hombres, tiene derecho a que se le haga
justicia ante la historia y este es el propósito principal de este
trabajo. Si queremos actuar con imparcialidad en el caso del general
Santana, tendríamos que someter conjuntamente con él a muchos
de nuestros inmortales y corremos el riesgo de despoblar de
deidades nuestros altares.
Por
lo que no es prudente enjuiciarle, dejemos que sus despojos
mortales descansen en paz, en el pequeño Olimpo
donde duermen el sueño eterno unidos, todos nuestros próceres.
Que sea Dios quien le juzgue, pues la justicia divina
supera en equidad al tribunal de la historia y más aún al
de los hombres.
Luis M.
Campillo
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